He leído y revivido, en los comentarios de Caroline Lamaire sobre Kentaja: una lección de vida, mi experiencia en ese continente llamado África y en una ciudad, Nkongsamba, a unos 120 kms. de Douala.
ra el 11 de Julio del 2012 que por primera vez viajaba a África, a Camerún y durante las 6h. y 30 m. del vuelo, desde París, me pasaron múltiples pensamientos, angustias, dudas, el tema del idioma y más, hasta que, al bajar del avión, noté la realidad: la humedad y el calor sofocante, por un lado, y que todas las personas tenían un color totalmente diferente de piel. Gran y bendito contraste.
Cuando llegué a Kentaja, en Nkongsamba, era una época de lluvias constantes, encontré a un grupo de personas que me acogieron como si me conociesen de siempre no sin mostrar curiosidad por el recién llegado. Bueno, yo igual o peor.
Recuerdo que las primeras horas fueron de expectativa, por mi parte, pero conversando con ellos les dije que quería ser uno más entre ellos, a pesar de la diferencia de color. Les comenté que deseaba ser como un balón de futbol y que todos imaginasen que podían “darme con el pie” para hacerme llegar a donde quisieran. Y así fue. Su carácter, su sonrisa y entrega me engancharon. ¡Qué maravilla!
Comprar en el mercado a cielo abierto, bajo lluvia y barro, hablando con las personas que ofrecían sus productos, compartir todo lo poco que tienen y te dan, recibir afecto sin pedirlo, escuchar e intentar entender sus inquietudes, visitar rincones de la selva en donde están trabajando los sacerdotes Michel, Frederick y otros con muchos colaboradores en condiciones muy difíciles, siendo muy queridos por sus parroquianos, etc. Y pude comprobar el gran respeto que se les tienen a los niños y, en especial, a las personas mayores que son fuente de experiencia y sabiduría. Ha sido una gran experiencia personal, física y espiritual, que no dejo de cultivar cada día en un mundo, el nuestro, tan difícil. Un gran regalo.
Y si me permiten los lectores, resumo en el escrito que les dediqué el día que cumplía 66 años y en vísperas de partir de nuevo a Barcelona, mis sentimientos:
Cuando llegan los momentos de decir adiós, nos invade un sentimiento de tristeza cuando el tiempo pasado ha sido un gran regalo y es lo que me está ocurriendo en estos momentos.
Alegremente, cuando me comentó José Luis (*) si quería ir a Camerún, le dije que me había apuntado al viaje y a medida que se acercaba el día, me crecía la angustia a lo desconocido.
Ahora, no solo perdí la angustia, sino que deseo ser aceptado como uno más de vuestra tierra, Camerún, que me llevo en lo más íntimo de mi persona y que ha sido una de las mejores cosas de mi vida.
Hoy celebro 66 años de mi existencia entre vosotros, cosa impensable, y que doy gracias a Dios por estar aquí con este maravilloso grupo. En este día, el mejor regalo que he recibido es vuestra amistad, amor y la alegría externa de vuestra gran y sincera sonrisa que contrasta con el color hermoso de vuestra piel.
Y desde dentro, desde lo más profundo de vuestro ser, ese irradiar PAZ, entrega, amor y los deseos de hacer lo que hay que hacer, en cada momento, con total aceptación.
A los más jóvenes, gracias por aceptar a una persona mucho más mayor. Puedo deciros que de cada uno y una de vosotros y vosotras he recibido el regalo de vuestra existencia, la frescura de la gente joven y he aprendido una cosa muy importante: el estar siempre pendientes de los demás sin que os lo digan. Y de los mas adultos, una aceptación total de mi presencia entre vosotros y vuestra sincera amistad.
Seguramente he hecho algo que no os puede haber gustado, o por falta de conocimientos por mi parte haya hecho mal. Ruego sepáis disculparme y olvidarlo.
Y quisiera despedirme, con las últimas palabras de San Pablo a los Corintios (13,11-13): “Termino, hermanos, deseando que viváis felices y que busquéis la perfección en vuestra vida. Animaos y vivid en armonía y paz, y el Dios del amor y de paz estará con vosotros. Saludaos los unos a los otros con un beso santo. Todos los hermanos en la fe os mandan saludos. Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la presencia del Espíritu Santo estén con todos vosotros”.
Y esto es todo. La Kentaja existe, sus gentes son un gran regalo y ellos, como nosotros, no han pedido permiso para nacer. Sus padres y los nuestros nos han dado la vida, cada uno de nosotros hemos nacido en lugares diferentes y, por ello, no deben existir comparaciones. Ni mejores ni peores: somos diferentes y ese es el gran don y regalo de existir.
Esteban Rifá.
(*) Nota para el lector: José Luis Fernández, es sacerdote de la Diócesis de Barcelona y con más de 50 años de experiencia en Camerún / Kentaja con el que viajé. Puedo decir que junto a Michel y otras personas, hoy existe Kentaja.